A fuego fuerte...

10.8.10

$2

¡Ay , del placer de dormir en los colectivos! Sentarse contra una ventanilla donde no moleste la manija. Apoyar la cabeza contra el vidrio y cerrar los ojos. Encontrar el otro viaje, el otro paisaje, en donde se mezclan los ruidos del motor, con las palabras de los pasajeros, con las cosas que nos rondan en la mente, con los frenos y arranques. El sol o las luces de la calle pegando en la cara, o las gotas de lluvia estrellándose en el techo. No estar despierto ni dormido, Ni acostado ni parado. Casi incómodamente sentado en un asiento de cuerina.
De vez en cuando uno abre los ojos, mira para afuera, trata de ubicarse, casi lo logra y vuelve a cerrarlos. Vuelve a sentir íntegramente la vibración, las lomadas, las cunetas, los baches. La puerta se abre chillante, se cierra. El timbre. Y la cabeza siempre trabajando pero olvidándose del cuerpo. Y el colectivo dobla, en la esquina queda un sueño y aparece uno nuevo sobre la calle. 
Es bueno saber que hay que bajar donde termina el recorrido. Menos tenso, uno se deja estar con más facilidad. Igualmente, si hay que bajar antes, todo nos indicará dónde olvidar la ilusión y volver de nuevo al mundo.

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