A fuego fuerte...

5.8.10

Una bomba

Cuando uno tiene apenas veinte minutos para decir lo que tiene que decir, todas las palabras quedan nulas, toda idea desaparece del cerebro, que cuanto más retorcido está, menos confía en sí mismo. Uno se desespera. Abre su baúl, busca dentro todo lo que tiene, y parece que nada es lo justo para el caso.
Ya sólo quedan quince minutos y desisto de todo lo que tengo. Me parece absurdo, desubicado. Digo desubicado como si fuera que hay que hallar la pieza que encastre. Entonces no tengo más remedio que improvisar y forzar las piezas.
Dije que no tengo más remedio. ¿desde cuándo uno se pone objetivos tan absurdos? Se los pone desde que siente que no hay absurdidad que valga más que la que siente.
No hay mucho tiempo para leer lo que va dictando mi instinto. A veces me pregunto si ese instinto realmente sabe lo que quiere. Tiene que haber un instinto exacto, justo en esos momentos en que el tiempo apremia. Cuando la bomba está a punto de estallar y el pobre diablo tiene que elegir qué cable cortar. Los minutos pasan, la boca se seca,el sudor. Las manos temblarían si no fuera por el cerebro que tranquiliza, o que por lo menos engaña que tranquiliza. Esa razón que dice que más nervioso peor es. Pero queda el problema del cable a cortar y entonces se apela al instinto, a la intuición y a la suerte.
Si todo sale bien, esta noche estaremos tomando una cerveza. Si todo sale mal... Bueno, ya no habrá que preocuparse por la crueldad del mundo.

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