A fuego fuerte...

2.9.10

S/F


¡He! ¡Che! Escuchen todos; soy un mudo que grita. Con los ojos y oídos más grandes que un lobo. Escuchen, lean lo que este manco escribe con sus garfios que se clava cada vez que un mosquito le pica el pecho. Vean como su alma se achucharrada en cada cigarrillo. Como gime con el placer de una frígida. Cómo putea constantemente, cómo vomita en medio de su fiesta solitaria, dentro del bol de ensalada rusa. Y luego se lo come, lo digiere, lo caga y lo mea. Aprieta el botón del inodoro y todo se queda ahí, flotando. El inodoro está tapado. Tapada la gran boca que desemboca en el río de la Plata Contaminada, clones de peces tóxicos que va a ir a pescar luego con sus nervios y sus ansias, tirando líneas invisibles hasta para él. Y mientras se chupa un mate lavado, hirviente y largo, que le quema la lengua y el paladar, espera pescar ese pez que ya se comió su mierda. La carnada es una papa con mayonesa que sobró de la fiesta, un poco salpicada con la bilis que él mismo produjo. Les grita a los peces que muerdan el anzuelo. Después, en la noche cuando el pescado  hervido está en la mesa, se lo devora con espinas o sin ellas, sin masticarlo. Un solo bocado, como una boa, o como un sapo estirando la lengua en medio del silencio nocturno, cachando la presa, llevándola al estómago.
Escuchen su canción. Los versos tartamudos, afónicos, sin forma, sin rima, ni letra. Desesperadamente calmos, silenciosos, oblicuos, pendencieros.  
Admiren su pintura de naturaleza muerta, hecha por computadora. Una banana electrónica y machucada. Tan dulce pero color mierda. Apenas con tocarla se hace puré o diarrea. Naturaleza muerta. Dejo de ser un hombre en el momento, le doy paso al animal a mi cabeza pero entra el vegetal, la dulce banana electrónica, que medita un segundo y dice no.
Pero algo se quedó en mí. Unos ojos y una nariz y una sonrisa y un cabello, y algunos años menos. ¡La gran puta! Soy una zanahoria. Ahora una raíz que piensa.  Colorado como un tomate. Verde como un pepino. Un vegetal. Me arrugo como una lechuga. Un vegetal, ni más ni menos.
Pero algo ya quedó en esta hortaliza. Una cara y sobre todo una mirada, fundida con el aire y lo que está atrás de él. Unos ojos que aparecen delante de cada pared y cada cosa que veo, entrelazados, sin poder escapar.
Unas palabras que me han taladrado; motosierras sobre un tronco que lo cortan y no chilla. Un quebracho masoquista que disfruta de su tala. Por favor, pequeña motosierra, cortame, dejame ser otra cosa que no sea un vegetal. Que luego me tiren a la chimenea, que arda y el fuego me consuma. Que me consuma y sea un fénix, y que vuele.
Que la motosierra me corte las alas si quiere, porque el masoquismo sigue siendo mi esencia, y me quede manco pero no chille. Y que de las heridas surjan brazos y manos y dedos., mientras me desplomo en medio de los témpanos que harán que me crezca pelo y vaya en busca de comida. Que me coma el leñador mientras la motosierra sigue andando y le robe la ropa y acalle la motosierra y la abrace y la bese. Y que mis labios se corten entre los dientes filosos que ya no hablan ni dicen nada, porque ahora me mira Ya sin ser motosierra ni tan filosamente dentada. Que me de cuenta que no sos una sierra y no cortás árboles. Pero lo hecho, hecho está y ahora soy un hombre, y no un maldito vegetal que ha callado sin poder decir nada. Con un abismo tan amplio que tal vez no se ha achicado pero que por lo menos deja que ese sonido se propague  y que me escuches. Que no tenga que escribir lo primero que se me viene a la mente.
Ya no quiero estar pendiente de nada. Que no tenga que escribir más sobre mí ni metaforizar mis pensamientos demacrados, ni filosofar inútilmente. ¡Qué mierda! al fin de cuentas ya tengo algo en cabeza; una chabeta.

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